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La importancia de los sentimientos

jueves, 10 de julio de 2008

La importancia de los sentimientos


Comprender la realidad y la importancia de nuestros sentimientos es algo que debería ser inherente a cualquier vínculo de pareja, pero no siempre es así. En esta nota le contamos cómo lograr que en la relación de dos, ninguno deje de lado sus propias emociones, se haga responsable por ellas y aprenda a aceptarlas.


Las discusiones de pareja suelen ser uno de los puntos más comunes de consulta en las terapias psicológicas: parece que pelearse con la persona  amada  puede ser mucho más complicado y grave de lo que uno sospecha. Ahora bien, ¿es posible discutir e in­tercambiar opiniones sin llegar a la instancia de las peleas, o incluso las rupturas? La respuesta es clara y rotun­da: sí, es posible. Si nos propo­nemos priorizar el amor y respetar los sentimientos por encima de las diferencias, si nos concentra­mos en todo lo que une en vez de hacer hincapié en lo que di­vide, veremos que discutir sin pelearse es posible


Emociones

En lo más profundo, una par­te de nosotros realmente quiere creer que "toda perso­na razonable se siente —ante un mismo hecho- igual que nosotros". Creemos que hay una relación de control entre nuestras emociones y los he­chos que ocurren afuera. La resolución correcta de nues­tros conflictos depende de nuestra comprensión de por qué esto no es así, de por qué los hechos externos no con­trolan nuestra experiencia.


Creemos que nuestras emo­ciones son causadas por facto­res que se encuentran fuera de nosotros; un ascenso que nos hace felices, una pelea que nos hizo poner tristes, problemas de dinero que nos tienen mal, etc. Pero la creencia de que los sentimientos son "causa­dos" por hechos externos no es una verdad total y absoluta, es sólo una pieza del rompe­cabezas: en realidad, las emo­ciones son creadas por los sig­nificados que le atribuimos a esos hechos, y cada uno deci­de qué significado asignarle a un determinado suceso.


¿Cómo se relaciona esto con las discusiones de pareja? Muchas veces, uno de los miembros cree que su visión de un determinado hecho es la correcta, la única posible y la verdadera. Entonces acusa al otro, creyéndolo equivoca­do. Lo que no comprende es que —en realidad- esa visión está dada por las características de cada uno, y puede modifi­carse según el momento, el estado de ánimo, etc. Por eso es muy común que, frente a un mismo suceso, el hombre y la mujer tengan visiones diametralmente opuestas: porque la interpretación no viene con el hecho en sí, sino que la construye cada ser humano según su personalidad, su for­ma de ser, etc.


La importancia de los sentimientos en las relaciones de pareja


La clave para poder discu­tir sin llegar a pelear es aprender a respetar la visión del otro, entender que un mismo factor puede desper­tar emociones muy encon­tradas en cada miembro de la pareja, pero que no existe una interpretación acertada y otra fallida. ¿Cuántas veces, frente a una discusión, uno interpreta una cosa y el otro entiende exactamente lo contrario? Esto sucede por­que somos individuos úni­cos, con una visión personal de la vida. El secreto es acer­car esas visiones, fundirlas en una en común o aceptarlas por separado, pero sin que una anule a la otra.


Tus reglas, mis reglas

Cada persona posee todo un universo interno, con reglas únicas acerca de lo que signi­fica la vida. A menudo estas reglas son muy complejas, porque ese mundo interno se crea sobre la base de las expe­riencias únicas acumuladas a lo largo de años. Las reglas de uno tienen sentido para uno, las normas de otro son válidas para él: las emociones son in­dividuales. Contrariamente a lo que muchas veces pensa­mos, los conflictos no se re­suelven cambiando la realidad del otro; más bien la solución comienza cuando somos capa­ces de reconocer y aceptar la realidad del otro.


¿Alguna vez, en medio de una discusión o pelea, escuchó que le dijeran "estoy perdien­do el tiempo hablando con vos, porque al final de cuentas siempre sos irracional"? la pre­sunción es que hay un modo correcto de sentir, y que quien hace ese comentario sabe cuál es exactamente ese modo de sentir y actuar. Pero cuando finalmente aceptamos que ca­da uno de nosotros tiene una realidad interna autónoma, podremos comenzar a ver que es inútil tratar de que la otra persona actúe de manera racional a nuestras reglas. Y en el plano emocional, no hay dos personas que tengan exacta­mente las mismas reglas.


Una de las dificultades más frecuentes para la resolución de conflictos es la tendencia a considerar a las personas que no están de acuerdo con no­sotros como incapaces de re­solver problemas. Intentamos hacer pasar esas diferencias co­mo prueba de que las faculta­des racionales del otro son realmente deficientes. En el proceso, disminuimos al otro y lo dejamos fuera de cual­quier negociación para resol­ver el conflicto.


A veces parece mentira, pe­ro estas barreras pueden afec­tar seriamente nuestras rela­ciones de pareja; cuando insis­timos en que las emociones son "racionales", en realidad le estamos pidiendo al otro que haga que sus sentimientos se ajusten a nuestras propias reglas. Y para ajustarse a las re­glas de otro, hay que negar la propia experiencia.


Y este es precisamente uno de los puntos más graves: ne­gar el derecho de una persona a su propia experiencia emo­cional crea obstáculos y con­dena todo intento de solución a los problemas. Por eso nun­ca se le debe pedir al otro que niegue su propia experiencia; hacerlo es empeorar el con­flicto y alimentar un resenti­miento oculto y enfermizo.

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