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Un espejo para reflejarnos

sábado, 17 de marzo de 2007

Un espejo para reflejarnos


En El hombre sabio y el hombre necio, el terapeu­ta y escritor Gabriel Castellá invita a la reflexión. En su libro da la posibilidad de que el lector explore, descu­bra, conozca mejor, piense y repiense acerca de nuestras ac­titudes y el modo en que nos situamos en la vida. Según Castellá, El hombre sabio y el hombre necio es un espejo en el cual el lector se podrá obser­var "para percibir qué virtudes y qué defectos anidan en su ser y qué puede hacer con ellos".


Entender qué nos pasa

El hombre sabio y el hom­bre necio es un compendio de reflexiones acerca de los temas ante los cuales el hombre de­be actuar. Habla de la espe­ranza, del pensamiento, del humor, de la sensibilidad, del arte de vivir y de la paz. "Pa­ra plasmar El hombre sabio y el hombre necio traté de con­siderar toda la rica gama de la problemática existencial —dice el autor— Y, a partir de allí, me formulé dos planteos muy sencillos: ¿Cómo se palpita desde la sabiduría cada avatar y circunstancia existencial? y ¿cómo se lo hace desde la ne­cedad?"


Estos dos planteos no constituyen una tipología humana, sino un texto que es un espejo. "No use este espejo, por favor,   para   auto-calificarse-advierte  Castellá- o, eventualmente, des-calificarse, sino para auto-observarse,  en sus actitudes, sus valores ante la vida, qué principios sustenta y cuáles rechaza",


A continuación, ofrecemos un extracto de los escritos de Gabriel Castellá.


ACEPTACIÓN

Porque el hombre sabio acepta los hechos, tal como son, de vela la clave para que la realidad muestre sus recónditos secretos.

Porque el hombre necio lucha contra la realidad se estrella contra su granítica estructura.

Cuando los hechos lo superan, el hombre sabio lo acepta. Cuando los hechos lo superan, el hombre necio se resigna.

Con la aceptación, el hombre sabio ve lo que aún se conserva. Con la resignación, el hombre necio ve aquello de lo cual se carece.

Con la aceptación, el hombre sabio pone en marcha la ac­ción más sabia.

Con la resignación, el hombre necio paraliza toda la acción.

Con la aceptación, el hombre sabio encuentra fortaleza y se­renidad.

Con la resignación, el hombre necio siente impotencia y des­consuelo.


JUSTICIA

El hombre sabio ama y hace cre­cer la justicia.

El hombre necio combate la injusticia con injusticia.

El hombre sabio siempre res­peta el espíritu de las leyes aunque, a veces, no lo haga con su enunciado.

El hombre necio quebranta el espíritu de la ley aunque res­pete su enunciado.


LIBERTAD

El hombre sabio es un ser au­tónomo que hace de lo singu­lar y lo original su signo de distinción.

El hombre necio es un autó­mata que hace del estereotipo su prototipo.

Para el hombre sabio la liber­tad consiste en reverenciar la vida y sus valores. Para el hombre necio la liber­tad consiste en realizar todo lo que se le antoja.

El hombre sabio recrea su ser con cada decisión. El hombre necio teme poner en peligro su ser con cada de­cisión.

Las opciones y alternativas que s ele presentan al hombre sabio estimulan y enriquecen su capacidad de decisión. Las diferentes variantes que las circunstancias le ofrecen al hombre necio entorpecen su capacidad de decisión.

El hombre sabio cumple con júbilo su deber. Por eso es libre. El hombre necio se rebela contra su deber. Por eso es dependiente.

El hombre sabio siente el de­ber integrado a su esencia. Por ello, con él, recrea su libertad. El hombre necio siente el de­ber como una imposición. Por ello lo vivencia como un atentado contra su voluntad.


LIBROS

El hombre sabio entabla con el libro una entrañable e in­sustituible amistad. El hombre necio establece con el libro una relación fría y distante.

El hombre sabio encuentra en el estudio el goce de ampliar y elevar su conciencia. Ahondando su necedad, el hombre necio siente con el es­tudio tedio y aburrimiento.

El hombre sabio estudia para hacer excelso su servicio. Lo motiva la caridad. El hombre necio estudia para demostrar que sabe. Lo moti­va la vanidad.


MUERTE

Para el hombre sabio la muer­te  es como llegar a puerto. Por eso, la acepta con paz. Para el hombre necio la muer­te es como un naufragio. Por eso, la encara con terror. Porque ama intensamente la vi­da, el hombre sabio también ama la muerte. La sabe parte de ella. Porque no valora adecuada­mente la vida, el hombre ne­cio  desprecia  la  muerte.   La cree enemiga de la vida.

Para el hombre sabio la muer­te conlleva la luz del verdade­ro amanecer.

Para el hombre necio la muerte es la oscuridad defini­tiva y total.


ROSTRO

En el rostro del hombre sabio resplandece el fulgor de la bondad.

En el rostro del hombre necio se hace ostensible la sombra de la mezquindad.

El rostro del hombre sabio re­fleja la travesía de su espíritu. El rostro  del hombre  necio refleja la senda de necedad re­corrida.

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